Tenerife Rural

Tenerife Rural, la otra Isla...

(por Gilberto Alemán)

 

El mar está abajo, suavemente azul...

Arriba los árboles del monte destilan las gotas de agua que dejaron en sus ramas los alisios. La tierra está fresca y las yerbas se hacen golosina para las cabras, las cabras locas, que saben del sabor de la mañana.

Se ordeña el ganado. Cae poco a poco, pero con ritmo, la leche jugosa en el cántaro. Muge la vaca remoliendo frente al dornajo en cuyas esquinas se apoyan las telarañas nacidas en la inquieta actividad nocturna.

Antes del ordeño se limpió bien el piso y el estiércol tomó camino. Se hizo cama nueva para la vaca con la pinocha llegada del monte. La casa huele a café, seguro que café caliente que despabila alma y cuerpo cada día.

A un lado queda la leche de la cabra - la amiga Jaira de la infancia - que por la tarde será queso tierno. Leche y queso y unos huevos frescos, nacidos en el picotear de las gallinas sobre la tierra. Un puñado de millo completa la dieta de las aves que vigila celoso el gallo.

Ya el gallo hizo su trabajo de cada día: cantó nada más ver salir el sol.

Los viejos plantaron aquella tierra.

Sembraron papas para la casa, y la huerta se lleno de calabazas y de bubangos mientras, por el muro de piedra seca, trepaban las chayoteras. El modesto perejil se arrinconaba junto al oloroso cilantro, que era una promesa de mojito con aceite, sal y unos dientes de ajo.

 

...más arriba se plantaba el trigo y la cebada...

La yerbahuerto nacía en un viejo caldero de aluminio, con asas de hierro oxidadas y era el rey del caldo de gallina en la comida del domingo.

Tomates y habichuelas daban color a las cañas, nacidas en las barranqueras, que eran soporte de las plantas cada año.

Más arriba se plantaba el trigo y la cebada. Y millo a chorro. Y un día hay otra fiesta. En la era gira la yunta infatigable, en caminar lento pero eficaz, separando el grano de la paja. Es el día de la trilla. Y se guarda el grano.

Y cuando se acaba el gofio, en el tostador se pone el trigo. Se enciende el fuego con la leña y otro rito toma forma en el interminable girar del remejiquero que da vueltas y revueltas al grano hasta que queda dorado.

Y si es el millo el tratado, nacen floritas blancas. Y al final de la jornada, un poquito de trigo o de flores de millo y unas cucharadas de azúcar dan forma a la tafeña, golosina que premia la ayuda de los niños en el tostado del grano.

Y el grano se va al molino, que fue de agua, de viento o de gas pobre y regresa hecho gofio oloroso que sabe de historias guanches.

 

El vino y el gofio, dos importantes elementos en la dieta del campo...

El cochino en el goro; en las conejeras, devorando hojas de col, los conejos que engordaban en la quietud de su habitáculo, no se sabe si desconfiando de las ramas secas de orégano y el laurel que en manojos cuelgan junto a la puerta, junto con una vieja llave de hierro que cuidó de la casa cuando nada había que cuidar.

En el pequeño valle se elevan los castañeros. Cuajan las castañas en los erizos verdes de sus envolturas y algún día serán golosina para niños urbanos o compañeras de viaje del vino nuevo en el rito anual de abrir las bodegas por San Andrés. Con ruidos de cacharros y velocidades de tablas.

El vino. Un vaso de vino cada día. Y en los fríos amaneceres una ralera de gofio que hace salir los colores al más pálido vecino. El vino de allí mismo, el último vino de cada año, que se guarda en las viejas barricas que apoyan en las paredes de la bodega. El vino y el gofio, dos importantes elementos en la dieta del campo.

Se mima y se cuida la viña. Y se mira el cielo, cuando la uva va tomando forma, con el temor del agua dañina. Y la vendimia, una fiesta. Y se llena de racimos la cesta pedrera y se pisa la uva con los pies y se guarda el mosto en el ritmo y el milagro que antecede al vino. Y hasta San Andrés.

 

El campo se quedó solo y crecieron yerbajos inútiles...

Los viejos, nietos de otros viejos que trabajaron de sol a sol, tomando solito sentados en la piedra de siempre, en el sillón basáltico que conoce los olores del tabaco de la cachimba.

Los jóvenes se fueron a la ciudad y viven en la apretura de un piso de barrio.

Trabajan en los muelles o en la construcción. O en lo que sea.

Sólo regresan los sábados, con la familia, y encienden una barbacoa que llena el patio de humos llenos de olores y de grasa.

El campo se quedó solo y crecieron los yerbajos inútiles.

La tierra se empobreció y dejaron de crecer las redondas calabazas.

Se entristecieron las arañas de la gañanía y el agua goteó dentro de la pequeña vivienda, y se secó el culantrillo de la destiladera.

En la costa se levantaron hoteles que se llenaron de rubios viajeros. Y allí se fueron los jóvenes que dejaron olvidada la azada y vacías las tierras.

 

Los alisios le regalaban gotas de agua, humedad y hasta lluvias...

Pero los alisios siguen dando aires nuevos a la tierra. Y la gente respira hondo por la mañana. El campo está verde.

Los alisios la regalan gotas de agua, humedad y hasta lluvias. Y así nacen papas, crece el millo y las viñas brotan como tiene que ser.

Los árboles dan frutos y todo se va camino del mercado lleno de clientes. que ya no hacen falta gangocheras, las viejas intermediarias que caminaban por las rutas de la isla buscando el queso, la fruta, los huevos, las verduras y las papas para llevarlos a la recova o venderlos de puerta en puerta.

 

Tenerife Rural, nuestra responsabilidad...

También las lecheras pasaron a la historia y ahora mismo están sólo en la memoria popular de los viejos o en la mitología costumbrista. Ellas acudían con su cesta adornada con helechos hasta las gañanías y marchaban a ritmo de tajaraste hacia las ciudades. Dicen los malintencionados que "bautizaban" la leche aumentando con ello su caudal.

El furgón, el camión o la guagua ahorran horas de peregrinación por caminos y veredas, y penetran en carreteras, autovías y autopistas para llegar a sus lugares de destino. En los cielos se dibujan las siluetas de los aviones cuyo ruido no asusta a las histéricas gallinas ni al bravo y macho gallo colorista.

 

el viajero se acercará a la tierra que se rejuvenece.....

El viajero se acercará a la tierra que se rejuvenece y querrá echar una mano durante la vendimia, y cortará una flor y se asombrará de las locuras de las cabras. Y hasta olerá el asombroso adobo que sale por la ventana abierta de la cocina donde, en caldero de hierro, se arrugan las papas de la siembra. Papas negras, o azucenas, o bonitas que se cubren con la nevada de la sal gorda.

Y descubrirán el ñame cubierto de miel, vecino en la barranquera de los berros del potaje donde bailan su hervor los garbanzos y las costillas saladas. Y en la paz de la bodega el olor y el sabor del vino nuevo matizado por un trozo de queso tierno nacido ayer mismo.

 

vuelven los rebaños a conquistar los caminos...

Vuelven los rebaños a conquistar los caminos. Cabras y ovejas, atentas al grito del cabrero o del ovejero y a los ladridos del perro, avanzan hacia el verdor del prado, o mordisquean la yerba que encuentran en al camino. Lluvia o sol - lo mismo da - están en cada estación sobre las cabezas del ganado que ya tendrán sus horas de descanso cuando la oscuridad lo invada todo. Y dentro del horario de trabajo, estará también el ordeño que descansa las ubres del peso de la leche que será queso para acompañar el vino o el gofio, o que será postre o aperitivo. Postre con la miel nacida en el infatigable trabajo de las abejas que no se sabe para qué laboran y guardan tanta dulzura.

 

ellos tendrán la tierra en el futuro...

Seguro que habrá asombro por el frescor de la sala donde las cortinas danzan al compás del aire y los cuerpos descansarán en la dureza del sillón de mimbre. Y como el culantrillo habrá brotado de nuevo en la piedra de destilar, un vaso de agua fresca filtrada gota a gota. Y los niños regresarán del colegio con las chapitas rojas en sus mejillas.

Ellos tendrán la tierra en el futuro. Seguro que la tendrán y bien atendida. Y tendrán tiempo para leer un libro - porque los viejos no pudieron aprender las letras - y sabrán del valor de lo que pisan. Tierra para papas y viñas, para cebada o millo y hasta para perejil.

Tierra para vivir.

Por Gilberto Alemán